Nikko es una excursión de día perfecta para desconectar de la gran urbe y disfrutar de preciosos santuarios en medio de la naturaleza. Allí pudimos apreciar por primera vez la magia del momiji, el enrojecimiento de las hojas por el otoño. Eso sí, probablemente fuera el destino más abarrotado de turistas que visitamos, así que es recomendable tener algo de paciencia, sobre todo en el famoso santuario Toshogu.


Para llegar a Nikko hay varias opciones y la más adecuada dependerá de si tienes o no JR Pass. Nosotros lo activamos más adelante, por lo que en nuestro caso la mejor opción era el Nikko Pass de la línea Tobu. Puedes optar por el que incluye solo la zona de los santuarios y templos, que es el que elegimos nosotros (world heritage area) o el que llega hasta el lago Chuzenji y la cascada Kegon, entre otros (all area). Ambos incluyen el trayecto de ida y vuelta desde Tokio (desde las estaciones de Asakusa o Tokyo Skytree). Nosotros aprovechamos nuestra visita a Asakusa dos días antes para comprar ya los billetes en la oficina de información turística de Tobu, y así esa mañana pudimos ir directamente a la estación sin tener que preocuparnos de sacar los tickets. El trayecto son unas dos horas y media así que vale la pena salir temprano para aprovechar el día al máximo.

1. Puente Shinkyo. A unos 20 minutos andando de la estación se encuentra el primer punto destacado de Nikko, el bonito puente Shinkyo. El trayecto también se puede hacer en bus (de hecho está incluido en el Nikko Pass), pero cuando llegamos había tantísimo tráfico que claramente no valía la pena.


El puente Shinkyo está considerado como uno de los tres puentes más bellos de todo Japón. Anteriormente solo el shogun o funcionarios importantes podían cruzar este puente, que pertenece al santuario Futarasan y marca el punto de entrada a la zona de santuarios y templos de Nikko. Pagando una pequeña entrada el visitante puede cruzarlo, aunque bajo mi punto de vista es mucho más bonito verlo desde fuera. Su intenso color rojo contrasta con el azul turquesa del agua y la vegetación que lo rodea. Sin duda es una estampa muy japonesa.

2. Jardín Shoyoen. Este bonito jardín se encuentra frente al templo Rinnoji, el templo más importante de Nikko y que fue fundado por Shodo Shonin, el monje que introdujo el budismo en esta región en el siglo VIII. El edificio principal del templo, el Sanbutsudo, alberga grandes estatuas de madera lacadas en oro de Amida, Senju-Kannon y Bato-Kannon. Estas tres deidades se consideran manifestaciones budistas de las tres deidades montañosas de Nikko que están consagradas en el santuario de Futarasan, que veríamos a continuación.


Justo enfrente se haya la casa del tesoro del templo y el delicado jardín Shoyoen, una maravilla durante el momiji debido a los muchos arces que se encuentran alrededor de su estanque central. Para visitar el jardín y la casa del tesoro hay que pagar una entrada distinta a la del templo. 


3. Desde su fundación en el año 782, el santuario Futarasan está consagrado a los tres kami o montañas sagradas de Nikko: el monte Taro, el monte Nyoho y el monte Nantai. La entrada al santuario es gratuita, aunque hay una zona de pago que permite el acceso al salón de plegarias y al salón principal.

En el interior de otro de los salones que sí se puede visitar de manera gratuita se encuentra la estatua dorada de uno de los siete dioses de la buena fortuna, el dios Daikokuten. Frente a él se levantan dos estatuas de komainu donde los japoneses cuelgan aquellos omikuji (o papeles de la suerte) que no les han augurado buena fortuna. Los komainu son un par de estatuas de piedra, generalmente una pareja de leones, perros o zorros, que están situadas a ambos lados de la entrada al santuario o frente al pabellón principal. Una importante característica de los komainu es que uno de ellos mantiene su boca abierta (a), mientras que el otro la tiene cerrada (un). El a-un representa el concepto de principio y final de todas las cosas del universo.

El sendero que une el santuario Futarasan con el santuario Toshogu es sencillamente precioso: una fila de lámparas tradicionales de piedra marca el camino, bordeado de altísimos árboles milenarios. Pero antes de visitar la mayor atracción de Nikko paramos a comer un rico yuba ramen, un plato típico de la región a base de yuba, también conocido como tofu skin, elaborado a partir de la soja. Lo hicimos en un tranquilo y acogedor restaurante, el único en la zona de los santuarios, que se encuentra apenas a un par de minutos bajando desde Futarasan y dejando Toshogu a mano izquierda. Nos pareció una opción perfecta para no tener que alejarnos demasiado de la próxima visita. 

4. Santuario Toshogu. Dedicado a Ieyasu, el primer shogun Tokugawa, el santuario era inicialmente un mausoleo bastante modesto hasta que su nieto Iemitsu lo amplió en el siglo XVII, convirtiéndolo en el espectacular complejo que podemos visitar actualmente. Por todas partes encontramos delicadas tallas así como edificios y puertas con múltiples destellos dorados e imágenes cuidadas al detalle. Además, su privilegiada localización en medio de un frondoso bosque hace de este santuario una visita obligatoria si te encuentras en Nikko. 


Tras un bonito torii de piedra, pero antes del recinto de pago, se encuentra la pagoda de cinco pisos. Una característica curiosa es que su pilar principal se encuentra a diez centímetros del suelo para adaptarse al posible encogimiento y alargamiento de la madera. Una vez comprado el ticket, accederemos al santuario a través de su puerta principal, custodiada por los dioses Nio. Al otro lado nos encontraremos con un grupo de antiguos almacenes, cuyas tallas de madera se han ganado a pulso su reconocimiento mundial. La más famosa por su moderno uso en forma de emoji es la correspondiente a los tres monos sabios que se tapan los ojos, la boca y las orejas respectivamente, escenificando que no ven, no dicen y no oyen el mal. Justo enfrente se encuentra la talla de los elefantes sozonozo o elefantes imaginados, llamada así pues fueron tallados por un artista que nunca había visto un elefante en su vida.



A continuación se llega a la puerta Yomeimon, decorada al milímetro, y más adelante a la puerta Karamon. Tras ella se encuentra el salón de plegarias Haiden y el salón principal Honden, al que se puede acceder descalzo.


A la derecha del edificio principal se encuentra la puerta Sakashitamon cuyo dintel alberga la famosa talla del nemurineko (gato durmiente). Tras la puerta comienza una considerable subida que acaba en el Mausoleo de Tokugawa Ieyasu. Esta zona es más bien austera, pero igual de bonita al encontrarse rodeada de árboles cuyas copas se pierden de vista.


Muy cerca del santuario Toshogu se encuentra el Taiyuinbyo, el mausoleo de Tokugawa Iemitsu, tercer shogun Tokugawa y nieto de Ieyasu. Éste sigue el estilo del santuario Toshogu, pero según dicen es menos recargado, ya que Iemitsu quiso respetar la figura de su abuelo. A nosotros nos apetecía visitar un par de lugares más antes de volver a Tokio y como en noviembre anochece tan temprano, decidimos saltarnos esta visita, pero tal vez te interese tenerlo en cuenta.

5. Villa imperial Tamozawa. Construida en 1899, fue residencia del clan Tokugawa y de la familia imperial. La villa, con sus más de cien habitaciones, combina la arquitectura tradicional del Período Edo y la moderna del Período Meiji. Es además uno de los edificios de madera más grandes de Japón que todavía sigue en pie. En definitiva, una visita muy recomendable y afortunadamente no tan abarrotada de turistas como el resto de lugares que visitamos en Nikko, a excepción del que veríamos justo después. 

6. El abismo de Kanmangafuchi es una pequeña garganta formada tras la erupción del monte Nantai junto al río Daiya. Custodiado por una hilera de casi un centenar de estatuas de Jizo, el sendero es un remanso de paz rodeado de naturaleza. Se dice de las estatuas que son guardianes de los viajeros y de los niños. Sus gorros y baberos de color rojo son ofrendas de los padres que agradecen la curación de sus hijos pequeños o quienes lloran su pérdida.


Un poco antes de las seis de la tarde cogimos el tren de vuelta a Tokio. La idea era ir a cenar a la isla artificial de Odaiba, aunque por desgracia estuve todo el día con bastante dolor en la rodilla así que nos retiramos al hotel y cenamos algo rápido allí cerca. Al fin y al cabo aún nos quedaban muchos días en el país nipón y un montón de lugares que visitar.