En la parte noroeste de Kioto se congregan varios templos y santuarios que se pueden visitar fácilmente en una mañana. Después de comer, nos dirigimos al precioso castillo Nijo y terminamos refugiándonos en el hotel en vista de cómo lucía el cielo. Por suerte solo nos cayeron un par de gotas en el camino.


1. Templo Ninna-ji. Nuestra primera visita en el norte de la ciudad fue este bonito templo fundado en el año 888 en el lugar donde originalmente se hallaba la casa de verano de la familia imperial. El complejo es bastante grande y se puede visitar tanto el Goten (el palacio abacial y los jardines) como el museo Reiho-kan, que contiene diferentes documentos y obras de arte entre las que destaca una imagen de Amida Sanzon, tallada en una sola pieza de madera y que es conocida como la más antigua de su estilo.


Tras la impresionante puerta Niomon se encuentran el templo principal o Kondo así como un precioso jardín japonés desde donde se puede ver la pagoda de cinco pisos. Pese a no ser el complejo más espectacular de los que vimos, nos pareció una visita muy interesante ya que apenas había turistas y pudimos entrar en todos los edificios. Los pasillos exteriores que conectan unos con otros son realmente bonitos y pasear junto a sus delicados jardines es un remanso de paz.


Si viajas a Japón en los meses de verano, no te pierdas Kyutei Omuro, una antigua residencia vinculada al tempo Ninna-ji que está a unos cinco minutos a pie del complejo principal. Las fotos de su jardín reflejado en la mesa de espejo del salón son sencillamente preciosas.

2. Santuario Kitano Tenmangu. Se accede al santuario a través de dos grandes puertas torii de piedra, que conducen a un camino bordeado de farolillos de piedra y varias esculturas de bueyes. Al final del camino se levanta la primera de las dos puertas de acceso, la puerta Ro-mon. Más adelante, una vez dentro del complejo del santuario, se encuentra la preciosa puerta central Sanko-mon.



El salón principal o Honden fue construido en 1607 y a ambos lados se encuentran el salón de adoración o Haiden y el salón Ishi-no-Ma. Los tres edificios comparten un mismo techo, generando un curioso efecto arquitectónico que en japonés se denomina yatsumune-zukuri (construcción de varios edificios).

 

El santuario se pone especialmente bonito en los meses de otoño, debido a sus más de 300 arces japoneses, y lo cierto es que alrededor de los imponentes edificios hay rincones con bastante encanto aunque, personalmente, no fue de mis favoritos y probablemente hoy no lo incluiría en de la ruta de aquel día. Una buena alternativa por la zona sería el templo Ryoan-ji, famoso por su jardín de rocas, o ya por la tarde, combinar la visita al castillo Nijo con el Palacio Imperial, que se nos quedó fuera por falta de tiempo.

3. El templo Kinkakuji, también conocido como pabellón de oro, es sin duda una de las imágenes más icónicas de la ciudad de Kioto. Las dos plantas superiores de este templo zen están completamente recubiertas con pan de oro, generando una estampa de suma belleza. A esto súmale su ubicación frente a un estanque repleto de pequeñas islas, piedras y pinos de estilo japonés donde se refleja su potente color dorado. De hecho, al estanque se le conoce como kyoko-chi, que en español significa "espejo de agua".


El complejo no es muy grande y se visita bastante rápido, aunque sin duda merece la pena. Detrás del pabellón dorado hay unos bonitos jardines y una casa de té.

4. Kinkaku An. Comimos muy bien en este delicado restaurante, regentado por una pareja de ancianos majísimos y con platos de soba realmente ricos.


5. Castillo Nijo. Construido en 1603 como residencia de Tokugawa Ieyasu, el primer shogun del periodo Edo, fue utilizado por la familia Tokugawa hasta la abolición del shogunato. A continuación se empleó brevemente como palacio imperial hasta que finalmente fue donado a la ciudad y abrió sus puertas al público. A diferencia de la mayoría de castillos japoneses, el de Nijo no está elevado sobre una base de piedra, aunque sí cuenta con un amplio foso y con enormes muros de piedra. La visita, aunque la entrada es algo cara, merece mucho la pena.


La entrada principal se encuentra en el lado este, desde donde se accede a la impresionante puerta Karamon de estilo chino. Al otro lado se levanta el palacio Ninomaru, un precioso y enorme edificio que puedes (y debes) visitar por dentro. Las salas de tatami son una auténtica maravilla y en cada estancia hay un panel muy bien explicado en inglés. El recorrido incluye habitaciones interiores a las que, en su día, solo tenían acceso los invitados más selectos o el propio shogun. Muchas de estas habitaciones contienen puertas visibles u ocultas donde se escondían los guardaespaldas del shogun.


Los edificios del palacio Ninomaru están conectados mediante bonitos pasillos de madera cuyos suelos se conocen como “suelos del ruiseñor” debido al sonido que se genera al caminar sobre ellos. Esta especie de crujido alertaba de los intrusos a los inquilinos del castillo. A la salida se encuentra el jardín Ninomaru y el palacio Honmaru, que no está abierto al público salvo en contadas ocasiones. En esta zona también se levantaba antiguamente el torreón, que desapareció en un incendio en el siglo XVIII.


Acabamos de ver el castillo justo cuando cerraba, a las 5 de la tarde. El cielo estaba completamente gris y el cansancio empezaba a hacer mella así que decidimos descansar el resto de la tarde. Salimos a cenar algo rápido cerca del hotel y nos fuimos a dormir tempranito, que al día siguiente, el último día del viaje, tocaba madrugar.