Nuestro primer día completo en Japón y en Tokio fue el día que más anduvimos de todo el viaje. Salimos alrededor de las 8 y media del hotel y no volvimos hasta pasadas las 10 de la noche; sin duda fue un primer contacto con la capital súper completo, en el que conocimos varios distritos de la zona centro: Shibuya, Harajuku y Shinjuku.


1. Yoyogi Village. Nuestro primer desayuno en Japón fue de los pocos que no hicimos en un Family Mart, Seven Eleven o cualquier otro konbini. Lo cierto es que cualquiera de ellos es súper cómodo al encontrarse prácticamente en cada esquina y tiene una variedad bastante amplia de sándwiches, onigiri, dulces, zumos y bebidas calientes. Es por eso que los konbini fueron nuestros aliados casi cada día a la hora del desayuno, salvo contadas excepciones. Una de ellas fue este bonito lugar que os recomiendo mucho visitar si tenéis pensado comenzar el día en el santuario Meiji. A tan solo cinco minutos a pie del complejo, y a dos minutos de la parada de Yoyogi Station, en Yoyogi Village encontrarás un par de cafeterías, una panadería, alguna tienda y varios restaurantes rodeados de mucha vegetación en un ambiente muy agradable. Allí tuvimos nuestra primera crisis lingüística del viaje (al ser un lugar frecuentado sobre todo por locales, la camarera que nos atendió no hablaba ni una palabra de inglés), pero nada que algo de mímica y una sonrisa no pudieran solucionar. La quiche de salmón y patata de Pour-Kur Bakery estaba sencillamente espectacular.

2. Santuario Meiji. Se trata de un santuario sintoísta dedicado al primer emperador del Japón moderno, el emperador Meiji, y a su esposa, la emperatriz Shoken. Fue establecido en 1920, pocos años después de la muerte de ambos, en señal de agradecimiento por su papel durante la Restauración de Meiji, un período de cuatro años que dio pie a la Era Meiji (1868-1912). Durante ésta, Japón fue poco a poco abriéndose al mundo occidental, dejando atrás el período feudal de Edo (1603-1868). Como muchos otros santuarios y templos, fue destruido durante la Segunda Guerra Mundial y posteriormente reconstruido en 1958.


La entrada está marcada por varios torii enormes, de madera y cobre, cuyos pilares tienen un diámetro de 1,20 metros. Los aproximadamente 100.000 árboles que lo rodean fueron plantados durante su construcción y son donaciones de japoneses de todo el país. Es una maravilla introducirte en el complejo, tanto por la abundante vegetación como por la interesante arquitectura del santuario. Poco antes de llegar al lugar donde éste se levanta hay varias hileras de barriles de sake a un lado y de vino francés al otro, a modo de ofrenda. La entrada al santuario es gratis, aunque si se quiere acceder al jardín de lirios hay que pagar entrada. Nosotros optamos por visitar solo el santuario, en el que no pueden faltar los elementos claves de todo santuario sintoísta: una fuente a la entrada o temizu para limpiarse las manos y la boca, una caja de ofrendas donde los fieles llaman a los kami (las entidades adoradas por el sintoísmo) dando dos palmadas, un lugar sagrado donde colgar las ema (esas tablillas de madera donde la gente escribe sus deseos)... Sin duda es un lugar muy especial y tranquilo, un oasis en medio del bullicio de la capital.


En los alrededores del santuario se encuentran el Homotsuden, o Museo del Tesoro, en el que se exhiben objetos históricos del emperador y su esposa (cuando fuimos nosotros estaba cerrado al público), así como el Shiseikan Budojo, un salón construido en 1973 donde todavía hoy se practican varias disciplinas de budo, una expresión que se refiere a artes marciales del Japón tradicional como el judo, el kendo, el aikido o el kyudo (el tiro con arco japonés).

3. Situado junto al santuario Meiji, el parque Yoyogi es uno de los más grandes de Tokio. Fue área residencial para personal militar estadounidense durante la ocupación, formó parte de la villa olímpica durante los JJOO de Tokio de 1964 (prueba de ello es el Gimnasio Nacional de Yoyogi, en el extremo sur del parque) y finalmente se convirtió en parque de la ciudad en 1967. En otoño es muy agradable pasear alrededor de sus tres fuentes centrales, y especialmente en la zona de la arboleda de ginkgos, cuyas hojas lucen un amarillo muy intenso. Nosotros visitamos el parque un día entre semana aunque, si tu planning te lo permite, puede ser muy interesante visitarlo un domingo, ya que es el día en el que está más animado y en el que se da cita el famoso grupo de rockabillies locales a la entrada del parque.


4. Takeshita-dori es una animada calle peatonal llena de tiendas, cafeterías y restaurantes en el barrio de Harajuku, frecuentada sobre todo por chicas jóvenes los fines de semana. Junto a las muchas tiendas de ropa de estilo gótico o lolita, encontrarás tiendas de souvenirs, locales donde comprar fotos, pósters y merchandising de idols japoneses y coreanos, o cafés donde pedirte un algodón de azúcar con los colores del arcoíris. Todo muy kawaii. Para una experiencia indiscutiblemente japonesa, no dejes de probar los fotomatones de purikura, donde puedes hacerte fotos personalizadas y decorarlas con un montón de filtros y pegatinas. Vale la pena visitar también Daiso, una tienda de (prácticamente) todo a 100 yenes, donde puedes hacerte con un montón de regalos y recuerdos a precios muy económicos (aunque Daiso es una cadena que se encuentra en multitud de ciudades en Japón, la tienda de la calle Takeshita es, con cuatro plantas, una de las más grandes). Un par de recomendaciones más: hazte con un pequeño recuerdo sacado de una máquina expendedora o gashapon (si accedes a Takeshita-dori por la puerta más cercana a la estación de Harajuku, hay una habitación entera llena de estas máquinas nada más entrar a mano derecha) y saborea algo dulce, ya sea uno de los famosos crêpes de Marion o los crujientes hojaldres de Zakuzaku. Si eres más de salado, puedes decantarte por las patatas premium de Calbee. ¡Qué aproveche!

5. Cat Street y alrededores. De camino a Cat Street desde la calle Takeshita hay un par de paradas interesantes como el Galaxy Showcase de Samsung o el centro comercial Tokyu Plaza Omotesando, cuya entrada llena de espejos genera un efecto muy interesante. Si hace buen tiempo, puedes tomarte algo o simplemente descansar en su terraza con vistas al barrio de Harajuku.


Una vez en Cat Street lo mejor es darse una vuelta y perderse también por sus callecitas adyacentes, llenas de tiendas y cafeterías. En una de ellas se encuentra Harajuku Gyoza Lou, donde posiblemente cocinen las gyozas más populares de la capital. El local es muy chulo y habíamos leído que las gyozas estaban riquísimas, pero había mucha cola cuando llegamos y decidimos buscar otro lugar donde comer. Muy cerca de allí dimos con Oreryu, un restaurante especializado en ramen cuyas raciones son muy ricas y abundantes.

6. Loft. Ya en el barrio de Shibuya, la tienda Loft es el paraíso de la papelería, el menaje y otros objetos de decoración. Si como a mí te encantan los boles de porcelana, los platos, vasos y tazas, probablemente querrás comprarlo todo. Es un sentimiento que seguramente te venga en más de una ocasión durante tu viaje en Japón. Mi recomendación es que, si tienes pensado visitar Osaka, dejes esas compras para una galería comercial allí donde tienen millones de opciones muy bonitas a un precio muy, muy económico (tienes más información en esta entrada). Claro que de Loft también me llevé alguna cosita, pero los precios no tienen nada que ver. La sección de papelería y regalos tiene también cosas preciosas. Como en muchas otras tiendas en Japón, los extranjeros están exentos de pagar el IVA, pero ojo porque esto solo se aplica a compras superiores a 5000 yenes.

7. El cruce de Shibuya es uno de los pasos peatonales más famosos y transitados del mundo. Después de cruzarlo junto a miles de personas en medio de un barullo atronador, no dudes en verlo también desde las alturas: es realmente hipnótico. Para ello hay varias opciones, algunas gratuitas como un paso cubierto de la estación del metro de Shibuya o desde la planta 11 de la torre Hikarie. También puedes verlo desde Mag's Park, el mirador del edificio magnet by Shibuya 109, cuya entrada cuesta 300 yenes, o desde el café l'occitane. Quizá la opción más recurrente, y la que nosotros elegimos por su privilegiada posición, es la cafetería Starbucks. Es probable que te toque esperar un poco para sentarte junto a la ventana, pero no desesperes que en algún momento alguien se levantará y podrás disfrutar de tu café con vistas al famoso cruce.


No sé cuántos kilómetros habíamos andado ya a esas alturas del día, pero sin duda el Matcha Latte y descansar un poco los pies nos vino de maravilla. Antes de coger el metro con dirección al último barrio que visitaríamos ese día nos dimos una vuelta por Center Gai, una calle peatonal llena de tiendas, restaurantes y carteles luminosos. A pesar de los muchos estímulos visuales, lo que más recuerdo de esas calles son sus sonidos: prácticamente en cada farola había instalados unos altavoces por los que, además de sonar canciones, diferentes voces iban anunciando vete a saber qué (en japonés, claro).


Muy cerca de allí nos encontramos con la famosa estatua de Hachiko, siempre repleta de gente. Se concentran también en esta zona algunas galerías de diseño y de arte contemporáneo. Nosotros nos pasamos por la galería Nanzuka, cuyas instalaciones y programación son bastante interesantes. Si te pilla la hora de comer o de cenar en Shibuya, tal vez te apetezca probar un conveyor belt sushi, esos restaurantes de sushi tan económicos donde puedes pedir los platos desde una tableta y llegan rápidamente por una especie de cinta transportadora. Nosotros nos quedamos con las ganas de probar Genki Sushi Sushi Katsu Midori, pero aún era muy temprano para cenar así que nos dirigimos al siguiente punto a visitar. 

8. El edificio del Gobierno Metropolitano de Tokio, situado en el barrio de Shinjuku, es la sede del Ayuntamiento de Tokio y uno de los edificios más altos de la ciudad. Fue diseñado por el arquitecto Kenzo Tange, autor del Gimnasio Nacional Yoyogi (por el que habíamos pasado esa misma mañana) y del Museo de la Paz de Hiroshima, entre otros. Su mayor atractivo son los dos miradores que acoge (cada uno en una torre) en la planta 45, a 202 metros de altura. Y lo mejor de todo: ambos son completamente gratis. Nosotros subimos al de la torre sur, ya que el de la torre norte estaba cerrado al público, aunque dicen que las vistas son muy parecidas. Nos habría gustado llegar un poco antes para ver cómo las luces de la ciudad se iban encendiendo poco a poco, pero en noviembre anochece muy temprano en Japón, por lo que cuando llegamos ya estaba muy oscuro. Aun así, merece mucho la pena asomarse a la inmensidad de la ciudad desde las alturas y ver cómo las luces de los edificios se pierden en el horizonte a kilómetros de distancia. El observatorio norte está abierto de 9.30h a 23h, mientras que el observatorio sur abre de 9.30h a 17.30h (a no ser que el mirador de la torre norte esté cerrado, como nos pasó a nosotros, en ese caso cierra también a las 23h).


En Shinjuku hay dos lugares bastante similares en el que un montón de bares muy pequeños se aglutinan en pocas y estrechas callejuelas: Omoide Yokocho y Golden Gai. El primero está muy cerca de la estación de Shinjuku y fue el primero que visitamos, tras pasar por el observatorio del Ayuntamiento de Tokio.

9. Omoide Yokocho es una estrecha calle repleta de pequeños bares, especializados sobre todo en brochetas a la parrilla yakitori, en los que apenas caben siete u ocho personas sentadas en la barra. El ambiente es muy auténtico y te transporta directamente al Tokio de la posguerra, momento en que surgieron estos pequeños locales. Y es que este emplazamiento, que había sido una importante zona comercial, quedó completamente aniquilado tras la Segunda Guerra Mundial. Poco después, fueron reapareciendo muchos de los locales destruidos y dieron lugar a un auténtico mercado negro, que fue restringido por el gobierno en 1947. Ante la imposibilidad de vender los productos que habían vendido hasta entonces, muchos comerciantes empezaron a negociar con casquería que traían las tropas estadounidenses y a preparar con ellas brochetas yakitori. De los aproximadamente 300 locales que prosperaron, hoy quedan en pie unos 70, en los que aún se respira el ambiente del Tokio de finales de los años 50. No es casualidad que Omoide Yokocho signifique, literalmente, “el callejón de los recuerdos”.


10. El santuario Hanazono fue una grata sorpresa y es una visita muy recomendable, sobre todo al caer la tarde durante la celebración del festival Tori no Ichi. Este festival se celebra cada noviembre en los días del gallo (o tori, uno de los doce signos del zodíaco chino), con el fin de rezar por la riqueza y la buena fortuna para el año que viene. Normalmente hay dos o tres de estos días cada año, y varían de un año a otro. Durante el festival, que se celebra desde el período de Edo, se venden unos artículos de la suerte llamados kumade: una especie de rastrillo de bambú decorado con colores y otros pequeños objetos que están llamados a traer suerte y prosperidad en los negocios. Cuando una persona adquiere uno de estos rastrillos, todos los vendedores cantan y tocan al unísono una canción al comprador o compradora, es todo un espectáculo. Además, se encienden decenas de farolillos y un montón de puestos de comida callejera se suman al festival, generando un ambiente muy alegre y festivo.


El santuario fue fundado a mediados del siglo XVII y está dedicado a Inari. No podía faltar por ello un pequeño camino rodeado de las tradicionales puertas rojas torii así como estatuas de zorros, típicas de los santuarios dedicados a esta deidad (como el famoso Fushimi Inari de Kioto). Está abierto las 24 horas del día y la entrada es gratuita.

11. Golden Gai. Esta zona, situada en un extremo del barrio rojo de Kabukicho, guarda muchas similitudes con Omoide Yokocho: de nuevo nos encontramos con un estrecho laberinto de callejones repletos de bares diminutos. Así como los bares en Omoide Yokocho están pensados para tomar una cerveza y comer algo, en Golden Gai predominan los bares donde tomar una copa. Además, en Golden Gai rara vez se ve el interior del bar, algo que sí sucede en el callejón vecino. En total, unos 200 locales con entradas repletas de pósters y pegatinas se suceden unos a otros a lo largo de seis angostos callejones. Ojo, porque algunos tienen clientela fija y los turistas no son del todo bienvenidos y en muchos otros cobran un extra por entrar, en ese caso tendrá que ir siempre indicado en un cartel a la entrada.

12. Okinawa Paradise. Cenar en un izakaya al menos una vez es algo que no debe faltar en todo viaje a Japón, ya que en estos bares se respira un ambiente muy auténtico. Puede resultar algo complicado, ya que los menús en inglés brillan por su ausencia y la mayoría de las veces tampoco se cuenta con fotos de los platos o camareros que hablen (demasiado) inglés, pero realmente vale la pena. En esta taberna sirven comida y bebida típicas de la prefectura más meridional de Japón, Okinawa. Con un inglés un poco rudimentario pudimos comunicarnos con el camarero, al que directamente le pedimos que nos sirviera sus recomendaciones, que no defraudaron en absoluto. Lo mejor: la performance del dueño del bar, que cada noche ameniza la velada con su camisa hawaiana y su banjo tradicional, al que se le suman los clientes del bar.

13. Kabukicho. El barrio rojo de la capital. Recibió ese nombre porque, tras la Segunda Guerra Mundial, se pensaba reconstruir allí un teatro kabuki, una forma de teatro japonés tradicional. Aunque nunca se llevó a cabo, el barrio conservó el nombre del proyecto. Hoy en día, Kabukicho está lleno de love hotels, clubs, salas de juego, bares y restaurantes. Impresiona ver los enormes carteles con fotos de hombres o mujeres que anuncian en qué piso del edificio están "disponibles". Aunque la mayoría de estos locales están regentados por miembros de la yakuza o mafia japonesa, se siente muy seguro pasear por sus calles, y es un broche perfecto para un día de conocer a fondo los barrios con más movimiento de Tokio. En Kabukicho se encuentra también la cabeza de Godzilla, aunque a nosotros nos costó bastante encontrarla, ya que apenas se asoma unos pocos metros de la terraza del hotel Gracery. Sin duda el mayor atractivo del barrio son los miles de neones verticales que iluminan sus ajetreadas calles.