Después de unos días bastante movidos en Tokio y alrededores, disfrutamos de un paréntesis de relax en Hakone antes de continuar el viaje en dirección a Osaka y Kioto. A una hora y media aproximadamente de Tokio, Hakone es un destino muy popular, sobre todo por sus onsen y sus increíbles vistas al monte Fuji. Aunque hay gente que lo visita en un día desde la capital, a nosotros nos apetecía pasar una noche en un ryokan, un hotel tradicional japonés, y disfrutar así de lo que la zona ofrece con un poco más de tiempo. El onsen al aire libre del hotel así como la imponente figura del monte Fuji hicieron de Hakone una emocionante parada en nuestro viaje por Japón.


Para llegar a Hakone desde Tokio de nuevo tenemos varias opciones, pero si quieres moverte y utilizar los distintos medios de transporte que hay allí, la mejor opción es el Hakone Pass. Nosotros ya lo habíamos adquirido el día anterior, ya que compramos el pase combinado para Kamakura y Hakone, que es válido durante tres días. Si quieres ir directo desde Shinjuku a Hakone-Yumoto sin tener que hacer transbordo en Odawara, puedes pagar un extra y reservar un asiento en el Romancecar. Nosotros lo hicimos en el trayecto de ida y la verdad es que fue muy cómodo.

Tras pasar por el hotel para dejar las maletas, cogimos el bus en dirección al lago Ashi. Todos los transportes que cogeríamos ese día (desde el bus de ida hasta el de vuelta, pasando por el barco pirata, el teleférico y el funicular) están incluidos en el Hakone Kamakura Pass.

1. Santuario Hakone. Este bonito santuario es famoso por su enorme torii rojo a orillas del lago Ashi, aunque es bastante más que eso. El camino de acceso principal al santuario, denominado Seisan-do, está flanqueado por exuberantes cedros, muchos de ellos sagrados. Los dos más importantes son el Yatate-sugi, del que dicen que tiene el poder divino de conceder deseos, y el Anzan-sugi, que otorga buena fortuna a los recién nacidos y vela por los que desean tener descendencia.


A medida que ascendemos por los escalones de piedra puede divisarse el rojo brillante del Honden, el salón principal, que contrasta con el verde que lo rodea. Conforme haces el camino inverso hasta el torii de la paz, verás una considerable cola de gente para hacerse una foto (o varias) en la plataforma que hay justo debajo. Supongo que a primera hora de la mañana no habrá tanta gente, pero nosotros (que tampoco es que fuéramos en fin de semana) calculamos que tendríamos que esperar mínimo 45 minutos así que tras unos 10 minutos desistimos, hicimos un par de fotos desde un lado y nos fuimos a comer. El camino a lo largo del lago es muy bonito y sorprendentemente bastante tranquilo.


2. Hakone Karaage Karatto. El karaage es una técnica culinaria japonesa en la que diversos ingredientes —comúnmente carne, y en especial la de pollo— se fríen en abundante aceite. Nosotros comimos un pollo súper rico en este pequeño restaurante muy cerca de donde salen los cruceros por el lago Ashi en Moto-Hakone. La carta es muy escueta, pero todo era muy fresco y estaba francamente bueno.

3. Barco pirata de Moto-Hakone a Togendai. El trayecto es de aproximadamente 30 minutos. Aún no le hemos encontrado explicación al hecho de que sea un barco pirata el que te lleve de una punta a otra del lago Ashi, pero en cualquier caso las vistas son espectaculares. Yo la verdad es que llevaba emocionada desde que, en el tren de Tokio a Hakone, vi asomar por primera vez el pico nevado del monte Fuji. Tuvimos mucha suerte, ya que el día estaba completamente despejado y las vistas desde el lago eran sencillamente geniales. Los colores otoñales contrastaban con el intenso azul del agua y del cielo, y un imponente cono blanco sobresalía en el conjunto: una maravilla.


4. Zona volcánica de Owakudani. Una vez en Togendai, cogimos el teleférico hasta la estación de Sounzan. Hay dos paradas en medio, pero por desgracia la estación de Owakudani estaba cerrada. Aún tuvimos algo de suerte, pues apenas dos semanas antes el teleférico no estaba siquiera operativo por alerta volcánica, así que es muy recomendable comprobar el estado de los diferentes transportes de la región un par de días antes de la visita. En esta web tenéis la información siempre actualizada. Si en tu viaje puedes acceder a la zona de Owakudani, no dejes de comerte un huevo negro o kuro-tamago, hervido en el agua caliente que emana del suelo, que según los japoneses alarga la vida siete años. Las vistas desde el teleférico al monte Fuji y a la caldera de Owakudani, con sus vapores sulfurosos que lo tiñen todo de un irreal amarillo fluorescente, son impresionantes.


En Sounzan cogimos el funicular Hakone-Tozan hasta Gora, donde tomamos nuestro último autobús de vuelta a Hakone-Yumoto. Este trayecto suele realizarse también en el Hakone-Tozan, el tren de montaña más antiguo de Japón, pero el paso del tifón Hagibis en octubre de 2019 dejó desgraciadamente graves estragos en esta zona. Mientras arreglan las vías del tren, se ha habilitado un servicio de autobuses que cubre este recorrido.

Lo cierto es que en Gora hay unos cuantos museos interesantes que visitar, como el Museo al aire libre de Hakone, el Museo de Arte POLA o el Museo de arte de Hakone pero ese día preferimos tomárnoslo de relax y volver ya a mitad de tarde al hotel. Además, la cena kaiseki que habíamos contratado empezaba a las 18.30h (no podíamos elegir una hora más tarde) así que tampoco nos apetecía tener que correr para no llegar tarde. En Hakone-Yumoto aprovechamos para darnos una vueltecita por su calle principal, justo al salir de la estación, llena de tiendas de souvenirs y pastelerías. Típico de la zona son los onsen manju, unos pasteles hechos al vapor con los vapores sulfurosos de Hakone, rellenos de pasta de judía roja. También podéis apostar por un sabor más occidental y probar las tartaletas de queso y miel de la pastelería Grande Riviere, que están para chuparse los dedos.


Alojarse en un tradicional ryokan es mucho más que dormir en el suelo, es toda una experiencia que, bajo mi punto de vista, vale mucho la pena vivir al menos una noche de todo el viaje. Como por la mañana habíamos llegado al hotel antes de la hora en la que quedaba libre la habitación, simplemente dejamos las maletas en recepción. Al llegar por la tarde, una mujer nos acompañó a nuestra bonita habitación con suelo de tatami y una preciosa bañera de piedra al aire libre. Allí pudimos disfrutar de una taza de té verde recién hecho, acompañado de unos pequeños dulces. Serían prácticamente las seis de la tarde, por lo que en seguida nos preparamos para la cena y nos pusimos la yukata que nos habían dejado en la habitación, que es una especie de kimono más ligero para llevar por casa.


La cena consistía en un montón de platitos (unos 15) con diferentes bocados, muchos de los cuales no llegamos a saber exactamente qué eran. Aunque sinceramente no fue la mejor cena del viaje, fue toda una experiencia que recomiendo a todo aquel que tenga ganas de probar algo un poco diferente y elaborado.

Tras la cena no podía faltar una visita al onsen, las aguas termales de origen volcánico que son sin duda uno de los mayores atractivos de la zona. Además de algunos onsen privados, en el hotel donde nos alojamos tenían tres espacios diferentes: uno para mujeres, otro para hombres y un tercero al aire libre que podían usar hombres y mujeres en horarios distintos. Primero estuve un ratito a remojo en el de mujeres y cuando, muy relajada, me disponía a volver a la habitación, pensé en pasarme aunque fuera un par de minutos por el otro, ya que estaba en horario de mujeres. Ese par de minutos se convirtieron finalmente en una media hora, ya que el onsen estaba completamente vacío y era de una belleza difícil de superar, todo de madera y en tonos cálidos. Fue una auténtica gozada tener la terma para mí sola pero todavía lo fue más disfrutar del agua caliente mientras notaba el aire fresco en la cara y admiraba la brillante luna en el oscuro cielo. Tenéis toda la información del hotel, así como del resto de alojamientos, en la entrada principal del viaje a Japón.