El crucero por la bahía de Halong fue sin duda uno de los momentos más destacados del viaje. Hacer kayak en una de las siete maravillas naturales del mundo, visitar preciosas cuevas y, sobre todo, despertarte en medio de ese impresionante paisaje es algo único que, bajo mi punto de vista, no debes perderte si tienes pensado viajar a Vietnam. Tras nuestro viaje, mucha gente nos ha preguntado si realmente vale la pena visitarla, si no hay demasiados barcos y si no es mejor buscar una alternativa menos masificada como la zona de Ninh Binh o la cercana bahía de Lan Ha. Sinceramente, creo que la bahía de Halong es uno de esos indispensables que debería estar en todo viaje a Vietnam. Es cierto que hay mucho turismo y eso hace que se pierda un poco el encanto, pero se trata de un paisaje tan increíble que merece la pena conocerlo y vivirlo.


Las formas de visitar la bahía son infinitas y pasan por excursiones de un día desde Hanoi a cruceros más o menos lujosos de una o dos noches. El trayecto desde Hanoi es de aproximadamente 3 horas y media, por lo que ir y volver en el mismo día supone pasarse más tiempo en el autobús que en el propio destino. Además, la sensación de despertarse con la primera luz del alba y verse inmerso en ese paisaje es algo que recomiendo encarecidamente. Nosotros, tras comparar algunas empresas y precios, nos decantamos por el crucero de dos días y una noche de Vega Travel, y quedamos muy satisfechos. Si dispones de más tiempo, la opción de pasar la segunda noche en la isla de Cat Ba es también muy interesante.

Día 6:

El tour comenzó a las 8 de la mañana cuando pasaron a recogernos en el hotel de Hanoi. El guía fue amenizando el trayecto en bus, contándonos acerca de lo que nos esperaban los próximos dos días así como algunos datos interesantes acerca de Vietnam. Llegamos a Halong poco antes de mediodía y embarcamos en el que sería nuestro hogar el próximo día y medio. Tras dejar nuestras cosas en las habitaciones, salimos rápidamente a la terraza superior para admirar el paisaje. Los islotes iban apareciendo poco a poco, lo que solo podía significar una cosa: estábamos adentrándonos en la bahía. A continuación sirvieron la comida en el barco, nada fuera de lo común pero correcta y abundante. La comida de los dos días, así como la cena del primero y el desayuno del segundo están incluidos en el tour, las bebidas se pagan aparte (el precio no es tan barato como el de un bar en Hanoi, pero tampoco tan caro como podría esperarse de un crucero, así que no te cortes en pedir esa segunda cerveza que tanto te apetece).



La primera actividad de la tarde fue visitar la cueva Sung Sot o cueva de la sorpresa. Está algo elevada con respecto al nivel del mar, por lo que hay que subir unos cuantos escalones hasta su entrada, aunque el esfuerzo merece la pena. La cueva tiene tres salas muy amplias y al salir se tienen unas bonitas vistas a la bahía. En el embarcadero se detienen algunos botes donde gente local vende pescado y fruta fresca.



Tras la visita a la cueva, tocaba el momento más esperado: hacer kayak en medio de la bahía. Fuimos a una zona donde apenas habían barcos ni grupos de turistas y pudimos adentrarnos entre las rocas, pasando por una especie de túnel, así como observar a monos que habitan en los islotes. Unas horas atrás el cielo había estado bastante nublado, pero cuando cogimos el kayak se despejó completamente, regalándonos un cielo azul que no podía contrastar mejor con la piedra caliza y el verde del paisaje. Sin duda una experiencia difícil de olvidar.


Antes de cenar nos reunimos todos junto a la mesa y aprendimos a montar rollitos vietnamitas con papel de arroz (summer rolls), que pudimos degustar durante la cena. El grupo era bastante variado y después de cenar estuvimos charlando y tomando una cervecita con una familia de catalanes en la terraza del barco. Una cosa a destacar de este tour es que pasamos la noche en una zona bastante apartada del resto de embarcaciones, por lo que en medio de la oscuridad daba la sensación de estar completamente solos en ese paisaje tan alucinante.

Día 7:

Ya lo he comentado previamente en este post, pero la sensación que se tiene al despertarse en un enclave tan bonito es sencillamente indescriptible. Abrir los ojos y, desde la cama, asomarse a un paisaje tan singular no deja a una indiferente. En nuestra última mañana en la bahía de Halong nos disponíamos a visitar el mirador en lo alto de la isla Titop, donde se tienen unas vistas espectaculares. El nombre de la isla se debe a un astronauta ruso, Gherman Titop, que en una ocasión acompañó a Ho Chi Minh en una visita a la bahía.

Mientras desayunábamos el cielo estaba muy nublado y cuando nos montamos en el barquito que nos llevaría a Titop, se puso a llover muy fuerte así que esperamos en el barco a ver si amainaba un poco la lluvia. Aún no había parado de llover del todo cuando salimos hacia la isla, pero afortunadamente dejó de llover en menos de media hora.

Además de las preciosas vistas a la bahía desde la cima, en la isla hay una pequeña playa artificial de arena. Primero subimos los casi 400 escalones hasta el mirador y disfrutamos el doble del chapuzón tras la subida y la bajada, ya con el cielo despejado. La playa en sí no es gran cosa y, como es de esperar, está llena de turistas, pero el baño refrescante nos supo a gloria.


Tras la última comida en el barco, llegamos al puerto de Halong, donde desembarcamos para inmediatamente después subir al autobús que nos llevaría de vuelta a Hanoi. Llegamos a mitad de tarde, y el bus nos dejó en el hotel Diamond King (35€ con desayuno incluido), donde pasamos la última noche en la capital. Descansamos un poco en la amplia cama del hotel, y antes de que cayera el sol salimos a tomar algo y a cenar. Dimos una vuelta por la bulliciosa Pho Mã Mây y nos sentamos a tomarnos una cerveza en uno de sus locales con vistas a la calle. Nuestra última cena en Hanoi fue en New Day, sencillamente delicioso.