Si alguien te habla alguna vez de lo bonita que es Bretaña, esa región al noroeste de Francia, presta atención y ten por seguro que probablemente se esté quedando corto. Durante el año que pasé viviendo en Rennes hicimos muchas escapadas por la región, la recorrimos prácticamente de norte a sur y de este a oeste. No sabría decir a ciencia cierta cuál fue la que más me gustó, aunque casi seguro escogería esta ruta por la costa sur: cuatro días visitando pequeños pueblos encantadores, acantilados de impresión y auténticos rincones de postal.

La verdad es que Bretaña está muy bien conectada con el ter, pero en este caso lo mejor es hacer el tour en coche, ya que hay pequeños pueblos a los que es más complicado llegar en tren. De hecho, seguro que hay muchísimos más sitios increíbles que visitar por la costa sur, siguiendo ese instinto de carretera y manta, aunque puedo asegurar que los que vimos son realmente alucinantes y vale la pena no saltarse ninguno. Además, resultó un viaje muy barato: alquilamos un coche entre cinco y dormimos las tres noches en hoteles Formula 1, tres hoteles en tres ubicaciones distintas, pero con habitaciones idénticas. Son sencillos, sin ningún tipo de lujo, pero resultan cómodos, son baratos y los encuentras siempre en carretera. Allez, on y go!

1. Vannes y el golfo de Morbihan. Vannes no es una ciudad muy grande y se puede visitar en algo menos de un día (si tenemos en cuenta la escapada que hicimos al golfo al atardecer). Sobre todo vale la pena darse un paseo por su casco histórico y apreciar el bonito entramado de madera de sus casas del siglo XVI, muy parecidas a las de otras ciudades bretonas como Rennes o Dinan. Otro de los intereses de la ciudad reside en su muralla, testigo directo de más de 1500 años de defensa militar. A lo largo de ella destacan dos de entre sus seis puertas todavía visibles: la puertaprisión (con su sistema de doble puente levadizo, uno para carruajes y otro para peatones) y la puerta de San Vicente. Para una valenciana como yo no deja de ser un dato curioso que esta puerta fuese nombrada en honor a San Vicente Ferrer, nacido en Valencia, pero que murió y fue enterrado en Vannes. El paseo junto a la muralla por los jardines es realmente agradable; siguiéndolo se llega a la zona de los lavaderos, que se encuentran bajo los contrafuertes, cubiertos de pizarra y situados en el río Marle.



Después de visitar lo más emblemático de la ciudad, nos acercamos en coche a un lugar costero cercano, que en realidad no da al Atlántico sino al golfo de Morbihan (cuyo significado es "pequeño mar" en bretón). Al estar comunicado con el océano únicamente por un estrecho canal, se dan corrientes de mareas muy fuertes, por lo que puedes encontrártelo a nivel muy alto o prácticamente sin agua. Está salpicado de numerosas islas e islotes que, si no hay niebla, se ven a la perfección. Por último, volvimos a Vannes para dar un paseo por el puerto y buscar algún local donde cenar y tomar algo, ya que Vannes tiene bastante movimiento nocturno, sobre todo los fines de semana.




2. Carnac. Muy conocido por sus megalitos, difícilmente das un paso sin encontrarte con uno. Mucha razón tenía aquel bretón de la zona cuando nos dijo al preguntar por ellos: il y a partout (los hay por todos lados). De hecho, dada la gran cantidad de menhires y dólmenes que se encuentran en Bretaña, no es de extrañar que estas palabras provengan del bretón: menhir significa piedra larga y dolmen, mesa de piedra. En los alrededores de Carnac, lo más impresionante es su alineación de menhires, que van sucediéndose uno tras otro hasta donde alcanza la vista, aunque si tienes tiempo lo mejor es ir parando conforme veas una señal que indique algún yacimiento prehistórico. Por la zona también hay mucha vegetación, podrás pasear a través de bosques y ver algún que otro estanque.




3. Quiberon. La península de Quiberon es una estrecha porción de tierra en medio del Atlántico, el destino perfecto para los amantes del surf u otros deportes acuáticos. Aunque tiene algunos edificios destacables, como la iglesia Notre Dame de Locmaria, su mayor atractivo son sin duda alguna sus costas. En la Côte Sauvage los acantilados más pronunciados se van alternando con pequeñas calas y playas de aguas cristalinas y con bastante oleaje.


4. Quimperlé. Se trata de un bonito pueblo de empedradas cuestas y rodeado de canales. La iglesia Sante-Croix llama la atención por su planta circular y por la cripta que alberga en su sótano. No dejéis de visitarla también por dentro, ya que, además de la cripta, encierra otros tesoros como el coro, un impresionante retablo y un complejo escultórico alucinante. Junto a la iglesia se encuentra Les Halles, un colorido mercado de ladrillo con aires modernistas.


Cuando fuimos a preguntar a la oficina de turismo, nos dieron las llaves para entrar en la iglesia Notre-Dame de l'Assomption, que estaba justo al lado. Una forma curiosa, y también muy generosa, de controlar la entrada a este santuario de estilo gótico.


5. Le Pouldu. No sé siquiera si llamarlo pueblo, de lo pequeño que era, pero sus costas fueron sin duda la maravilla del viaje. Realmente alucinantes. No es de extrañar que muchos pintores postimpresionistas las eligieran para retratarlas en sus cuadros. En Le Pouldu se encuentra el interesante Chemin des peintres (camino de los pintores) que, a lo largo de 5 kilómetros señalizados por varios carteles, nos va guiando por los rincones preferidos de artistas como Gauguin o Sérusier. Junto a impresionantes acantilados van apareciendo pequeñas calas y playas de arena fina, que en verano deben ser una maravilla.






6. Doëlan. Este pequeño pueblo está anclado al fondo de una estrecha ría y su puerto es francamente alucinante. En él conviven pequeñas embarcaciones de recreo con otras más grandes dedicadas a la pesca artesana. Sus dos faros rayados (uno rojo y otro verde) lo convierten en una imagen de postal al caer la tarde.



7. Pont-Aven. Quizá la población más famosa de la zona al haber acogido a los artistas postimpresionistas antes nombrados. Es algo más grande que las demás, aunque sus atractivos son parecidos: atravesada por el río Aven, la recorren numerosos canales junto a los que descansan bonitas casas de piedra y rincones llenos de color.



8. Quimper. Llegamos ya de noche a Quimper, la capital del departamento de Finistère. Su encanto es parecido al de Vannes: una ciudad bastante más grande que el resto que habíamos visitado, pero con un casco antiguo sumamente cuidado y repleto de casas medievales de distintos periodos. Vale la pena visitar (imaginamos que también por dentro) la catedral de Saint-Corentin.


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Algunas de las fotos de este viaje son de mi amiga, y compañera de aventuras bretonas, Irene.